El término probiótico data desde inicios del siglo XX con los postulados de Elie Metchnikoff, quien concluyó que la ingesta de productos lácteos fermentados tenía un efecto positivo sobre la microbiota que habitaba en el tracto gastrointestinal de las personas que los consumían, teniendo un impacto favorable en la salud humana. Desde entonces, los científicos estudian las distintas funciones de los organismos que constituyen la flora normal del intestino. Las bacterias que habitan el intestino actúan como un mecanismo de control para prevenir el sobrecrecimiento de patógenos, formando una barrera natural que protege contra las infecciones. En ciertas circunstancias este equilibrio se afecta por el uso de antibióticos, cambios de alimentación, estrés, etc., que aumentan la susceptibilidad a la infección1.
Tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS), como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentos (FAO) han resaltado la evidencia científica que avala el potencial de los probióticos para proporcionar beneficios en la salud y la seguridad de algunas cepas específicas para uso humano. Así mismo, se indica que personas por demás sanas pueden tomar probióticos, como medio de prevenir ciertas enfermedades y modular la inmunidad del huésped2.
Las bacterias, como parte de la microbiota del ser humano, desempeñan acciones positivas de protección, regulación, fermentación y descomposición del material alimenticio consumido. Por estas razones, los probióticos se comercializan como cultivos microbianos, congelados y deshidratados. Para poder usar un probiótico como un producto farmacéutico, éste debe cumplir con algunas condiciones de estabilidad durante el proceso de producción, comercialización y distribución. Estas características las poseen, principalmente las bacterias de los géneros Lactobacillus, Bifidobacterium (ambas productoras de ácido láctico) y los enterococos; aunque también se utilizan hongos como el Saccharomyces cerevisiae y algunas especies de E. coli y Bacillus3.
Los beneficios de los probióticos se pueden observar en las diferentes etapas fisiológicas del ser humano, siendo específicos de acuerdo con la cepa y dosis. Las diferencias halladas entre las cepas son de gran utilidad para potenciar sus beneficios sobre algunas condiciones o signos específicos de una enfermedad o de un proceso fisiológico, tales como la diarrea persistente en niños o la diarrea asociada al uso de antibióticos, su capacidad para modular la respuesta inmune no solo a nivel de la mucosa intestinal, sino también a nivel sistémico, la prevención y/o tratamiento de alergias, enfermedades inflamatorias intestinales, estreñimiento, metabolismo de lípidos, etc.4.
Por las ventajas expuestas, los probióticos deben formar parte de los esquemas de tratamiento para diversas condiciones médicas y ser componentes de una dieta saludable, que ayude a prevenir algunas enfermedades.
1. Castro, Luz, et. al.; Probióticos: utilidad clínica; Colombia Médica; Vol. 37 Nº 4, 2006 (octubre-diciembre).
2. Probióticos en los alimentos; Estudio FAO Alimentación y Nutrición 85; FAO y OMS, ISSN 1014-2916; Roma 2006.
3. Marín, Nancy, et.al; Los Probóticos: Microorganismos vivos que previenen enfermedades en adultos y niños; MEDICINA (Bogotá) Vol. 38 No. 3 (114) Págs. 247-263, Julio – septiembre 2016.
4. Manzano, Claudia, et. al.; Efectos Clínicos de los Probióticos: Qué dice la evidencia; Rev Chil Nutr Vol. 39, Nº1, marzo 2012.